lunes, 9 de junio de 2014

OJĪ CHONCHÓN

- ¿Aún no estás listo? Cámbiate de una vez que nos vamos a la casa de tu padrino a visitar al "ojī chonchón".

Creo que la mayoría de sus nietos no supimos el nombre del abuelo sino hasta el día en que falleció; por lo menos, yo me enteré de que su nombre era Ushi ese día. En mis recuerdos lo tengo como un viejito bonachón que, cada vez que alguno de nosotros iba a visitarlo, lo recibía en la puerta tomándolo como para bailar una polka o un pasodoble y empezaba a cantar alegremente "chonchonchón, yo tuve Cantón... chonchonchón, yo tuve Machu Picchu...". Nunca supe (y creo que ni mis primos y tampoco mis tíos) qué significaba "chonchonchón", aunque me sonaba como la onomatopeya de un sanshin desafinado. Tampoco supe por qué decía que "tuvo" esos lugares, quizás quería decir que "estuvo" allí imaginariamente... pero, ahora, donde no está es aquí para poder preguntárselo. Lo que sí sé es que, por esa costumbre suya, para toda la familia era el "ojī chonchón", algo que él celebraba; pero, a mi abuela, según me contó un primo (pues yo nunca me dí cuenta), no le hacía mucha gracia cuando se referían a ella como la "obā chonchona", justamente, por esta gracia del abuelo.

El "ojī chonchón" había llegado al Perú enviado por su madre cuando aún era un adolescente porque decía que prefería tener a su único hijo lejos pero vivo que cerca pero con la angustia de saber que podía ser enrolado en el ejército (como les pasó a muchos jóvenes en esa época) y perderlo en la guerra. Muy a su pesar, nunca pudo volver a Okinawa y siempre se lamentó de no haber estado con la bisabuela para cuidarla y encargarse de ella, me contó alguna vez mi madre.

Dos de las cosas que más recuerdo de él son su inseparable sombrero y la peculiar manera en que tomaba su cerveza. Usaba un sombrero de fieltro al estilo "Indiana Jones", aunque, como en ese tiempo aún no se conocía a dicho personaje cinematográfico, yo lo comparaba con los sombreros de los vaqueros de las películas y series que veía en el televisor blanco y negro que teníamos en casa. Con este sombrero ocultaba su calvicie, inconfundible sello Kanagusuku porque todos sus hijos (hermanos de mi mamá) y algunos de sus nietos heredaron (¿"heredamos", debería decir?... hmmm, no, creo que aún tengo esperanzas) esta característica del ojī. Él asumía su calvicie con resignación y humor afirmando que había dejado de comprar productos para la caída del cabello cuando se dio cuenta de que el farmacéutico que se los vendía tenía menos pelo que él; además, reflexionaba, "¿cuándo se ha visto un burro calvo?". Cada vez que íbamos a visitarlo o cuando él nos visitaba a nosotros, al sentarse a la mesa, le ponían (ya sea mi madre o alguna de mis tías) su botella de cerveza y al lado un termo con agua caliente... ¿para qué? Para servírselo en un vaso combinando cerveza y "oyū" y tomarlo tibio. Según él, hacía mucho tiempo, un médico de esos antiguos le había recomendado tomar la cerveza de esa manera como remedio para algún mal renal que había sufrido y desde entonces se le quedó tal costumbre.

Hace ya más de tres décadas que el "ojī chonchón" no está para alegrar a sus nietos con su, más que inentendible, indescifrable canción y su divertido baile, ni recibiendo las miradas extrañadas de quienes por primera vez lo veían sentado con su botella de cerveza y su termo al lado disfrutando, sólo como él podía hacerlo, de su vaso de cerveza tibia. Salud, ojī, usted con su cervecita tibia pero yo con una "chelita bien al polo".

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