jueves, 16 de junio de 2016

OTÔ (PAPÁ)

Hace ya más de un mes que partiste y este domingo va a ser el primer día del padre en el que no estarás con nosotros. Sí, porque esta vez es muy distinta a las otras cuando estaba yo al otro lado del mundo pero sabía que podía tomar un teléfono y llamar a la casa para saludarte y desearte un feliz día esperando regresar para darte todos esos abrazos por cada día del padre que estuve lejos. Ahora, no podré, no podremos, verte o llamarte, ni esperar darte un abrazo en tu día.

El día de tu despedida, aún sin estar presente, me hiciste, una vez más, aunque a mí nunca me haya gustado, hablar en público, como para cada ocasión o evento especial en la familia, porque, como tu chõnan, tu chakushi, tu primogénito, me correspondía hablar en tu representación... al menos, eso era lo que decías, pero los dos sabemos que era porque a tí te gustaba mucho menos que a mí hacerlo, ¿no? Pero, esta vez, no lo hice por obligación, lo hice porque quería compartir, con los que nos  acompañaban ese día, algunos recuerdos que, hasta ese instante, eran solo nuestros, ni mamá, ni mis hermanos, ni mi hijos o tus otros nietos participaron de esos momentos que fueron solo tuyos y míos y quería compartir, especialmente con ellos, esos recuerdos.

Recuerdos de los tiempos en que Yoshi aún no nacía y mamá y tú no tenían a Yasu ni siquiera en proyecto. Como cuando vivíamos en El Porvenir y me llevabas a ese inmenso parque, que en ese tiempo aún era zona de recreación infantil y en donde para época de fiestas instalaban juegos mecánicos. Te subías conmigo al carrusel y me montabas en uno de los caballitos porque sabías cómo me gustaban, parándote tú a mi lado durante toda la vuelta cuidando que no me cayera. También, de nuestros tiempos en ese barrio, cuando habías dejado de participar en los torneos de sumo okinawense como sumotori pero lo hacías ya como árbitro y, aprovechando que vivíamos a sólo unas cuadras del antiguo coliseo nacional en donde se hacían los combates de catchascan que veíamos en el televisor blanco y negro a tubos que teníamos en la casa pero también esos torneos de sumo, me llevaste a verte arbitrar, algo de lo que mis hermanos no pudieron ser testigos porque, cuando ellos nacieron, tú ya te habías retirado de esa labor.

Esos fueron los recuerdos que compartí en tu despedida pero tenemos tantos más, ¿no? Como esa vez que fuimos a la playa solos tú y yo, cuando la bajada a La Herradura me parecía un viaje interprovincial. Entramos al Restaurant Suizo para tomar un lonchecito. Al regresar a la casa, mamá se molestó contigo porque llegué con un gran dolor de barriga producto de todo el helado que me dejaste comer como mi "lonche" mientras tú tomabas tu cafecito y comías tu sánguche. Regresé con un dolor de estómago pero con el corazón contento por haber tenido mi primera "salida de hombres" con mi papá. Al recordar cómo me engreías permitiéndome comer todo lo que te pedía, recordé también cómo, en los últimos tiempos, por tu enfermedad, no podía hacer lo mismo contigo y tenía que prohibirte comer mucho de lo que te gustaba. Perdóname por eso, papá.

¿Recuerdas esa navidad, la última en la que iba a tenerlos a mamá y a tí para mí solo, porque Yoshi nacería unos meses después y ya seríamos cuatro celebrando la del año siguiente? Yo quería esperar despierto hasta la medianoche porque deseaba ver a Papá Noel cuando llegara con mis regalos. Recuerdo a mamá y a tí sentados conmigo en el comedor mientras yo veía impaciente cómo se movían las agujas del reloj  (porque, para entonces, ustedes ya me habían enseñado a ver la hora) hasta ubicarse ambas señalando arriba, hacia el número 12. Las doce, las doce y cinco, las doce y quince y no llegaba Papá Noel. Me quedé dormido triste sentado a la mesa y me llevaste cargado a mi cama; claro, aunque estaba dormido, sé que fuiste tú, porque mamá ya estaba cargando a mi hermanito en su barriga. Las imágenes de la mañana siguiente ya no son tan claras en mi memoria, me recuerdo comentando con mi amigo de la casa del frente, a quien todos llamaban "el chino" a pesar de que yo era el único mocoso del barrio con ojos rasgados, que Papá Noel no había llegado a mi casa pero, de alguna manera, recibí mis regalos.

El tiempo fue pasando, nació Yoshi y, años después, Yasu. Al ir creciendo y, con la presencia de mis hermanos, ya no era yo sólo tu hijo, sino tu hijo mayor, tu chõnan, tu chakushi y el hermano mayor, el oniichan, el nînî. Nuestra relación se fue haciendo más seria y vertical, porque tenía que aprender la seriedad y responsabilidad que significaba ser el chakushi de un chakushi, donde la cabeza de familia es el que siempre tiene la última palabra pues es quien vela por todos, como te inculcaron según la tradición de los uchinaanchu, los okinawenses, criados a la antigua. Tuvimos nuestros desencuentros por ese motivo, pero, a pesar de ellos, siempre podía tener la seguridad de que estarías para darme tu apoyo tanto en los momentos buenos como en los otros. Sí, podías tener tus defectos como todo el mundo, por los que muchas veces, lo admito, perdía yo la paciencia, pero siempre te preocupabas por todos. Sí, porque cuando yo estuve ausente, al otro lado del mundo por varios años, tú asumiste nuevamente el papel de padre, esta vez con mis hijos, tus nietos, por eso, lo dije en tu despedida y lo repito ahora, tú fuiste un gran abuelo y un mejor padre que lo que pueda yo soñar ser.

Yo fui testigo de cómo hacías renegar a mamá por tu carácter y tu crianza "demasiado" uchinaanchu. Pero, también, fui testigo del amor y la preocupación que sentías por ella. Fui testigo de la vez en que, teniendo a mamá ya postrada en cama por su enfermedad, no pudiste ocultar más la impotencia que sentías al saber que su mal no tiene cura... fui testigo de tu llanto parado al lado de su cama por eso. Fui testigo también de que, incluso en tus últimas horas con nosotros, estabas muy preocupado por su salud, más que por la tuya, pues entraste a su cuarto para acompañarla un momento y preguntarle a su enfermera si la veía mejor, antes de irte a dormir a tu cama. Esa noche, te fuiste a tu cama para, por la madrugada, irte en silencio mientras dormías.

Has partido, ya no estás aquí con nosotros, ya no te podremos saludar este domingo por el día del padre, ya no te podremos abrazar, pero sí podremos recordar nuestros momentos contigo, recordar los momentos buenos... y los momentos buenos, porque, con un buen padre, buen abuelo y buen esposo solo hay momentos buenos que recordar. Gracias por todos esos momentos, gracias por todo, papá.

Hasta pronto, otô. Cúidanos (como lo has hecho siempre)

No hay comentarios:

Publicar un comentario